lunes, 13 de abril de 2015

La lluvia llegó a Madrid bajo un cielo bien azul.

Cuando nos contactaron para ver si cabía la posibilidad de actuar en la sala Plot Point de Madrid, mi hermano David se alegró mucho por nosotrxs y comentó que a gusto nos acompañaría en semejante aventura. Y fue bonito sentir su alegría por el devenir de La puerta roja. Lo mismo ocurrió con Ione y con otras personas que se hubieran sumado gustosas a este viaje... Pero al final, no todo el mundo cabía en la furgoneta junto a nuestros frágiles seres alados, nuestras jorobas y la maleta de sueños. 




Desembarcamos en la capital, tras un rápido viaje por el amanecer, a la hora del vermú y echamos a andar por sus calles. Lo primero, ubicar el teatro y conocerlo. Después, caminar sin rumbo entre adoquines, siglos de historia, riadas de personas en busca de la Plaza Mayor y los bares castizos con olor a torrezno. Pasamos un primer día de intercambio, risas, cervecitas y calor. Calor del bueno.




Y llegó el primer día de representación y no quisimos liarnos porque las cuatro de la tarde llegan pronto. A veces, demasiado. David había llevado el tema de luces en la biblioteca de la Txantrea, junto con Xabi Tirapu, pero aquí iba a estar solo y los dedos le temblaban y se le engarfiaban en la mesa de luces. Nervios, atrezzo, cubos de agua, una grulla ahogada, pruebas de voz, de luz, de sonido, de amistad. Ione se encargará de hacer volar las grullas, de que el viajero llame a la puerta y de que el insistente sonido de la gotera quede como un eco lejano del cobertizo sin jaramagos.



Y la gente ocupa su butaca.

Extrañadxs ambxs de lo rápido que se les ha pasado la representación, son conscientes, por primera vez, de la futilidad del teatro. De cómo todo el trabajo previo a una representación parece excesivo tras el tiempo sobre escena. Desmontamos y nos vamos a brindar. Satisfechxs. Esa hermosa sensación de haber superado una dificultad, de haber realizado un buen trabajo.

Y dormir el sueño de Roma.

Al día siguiente el tiempo se calca, los quehaceres no. Las visitas y los paseos tampoco. Almonedas, tiendas de viejo, cachivaches, cromos, made in china, gitanas que venden bragas, camareros de blanca camisa y grito presto. Hay callos.



Y, de nuevo, a la oscuridad de la sala. Hoy todo es más rápido y al encenderse las luces nos encontramos con compañerxs de teatro que están de vacaciones en Madrid y han pasado a vernos. Tanto ayer como hoy los abrazos tras la representación han sido apretaditos, la gente ha opinado sobre lo que les hemos mostrado... Y unas mujeres quieren llevarse unas grullas de recuerdo y les regalo dos de mis grullas porque no puedo permitir que se lleven los deseos de nadie que haya participado con sus sueños en nuestra escenografía pero sí puedo compartir mis propios deseos con ellas.

Más abrazos, muchas manos que ayudan a recoger la escenografía, un momento pequeñito compartido antes de partir. Y nos ponemos en camino a través del espejo. De vuelta. Ya de vuelta. 



Quizá la vida, como el teatro, sea tan fútil y rápida como ese momento que compartimos sobre la escena. No tenemos mucho margen para preparar sus luces y efectos, para el atrezzo, porque el momento de abrir el telón siempre llega con celeridad y el tiempo que éste dura abierto aún es más breve. ¡Vivamos! Con verdad e intensidad, como si estuviésemos siempre sobre la escena.

Gracias a David y Ione por acompañarnos en esta aventura de La puerta roja.


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